+ B A R T O L O M E
por la misericordia de Dios
Arzobispo de Constantinopla-Nueva Roma y Patriarca Ecuménico
a la Plenitud de la Iglesia:
que la Gracia, la Paz y la Misericordia de Cristo Resucitado en Gloria estén con todos vosotros
Muy honorables hermanos Jerarcas,
Queridísimos hijos,
Habiendo llegado con la gracia de Dios a la resurrección salvadora del Señor, por la cual fue abolido el poder de la muerte y se abrieron las puertas del paraíso a todo el género humano, dirigimos a todos vosotros nuestro saludo pascual y nuestros más sentidos deseos, mientras proclamamos la exclamación “Cristo ha Resucitado” que da alegría al mundo.
En todas sus dimensiones, la vida de la Iglesia se fortalece con el gozo inefable de la Resurrección. La “experiencia de la resurrección” se testimonia en el trabajo de los Santos y Mártires de nuestra fe, así como en la vida litúrgica y sacramental, el anuncio del Evangelio “hasta los confines de la tierra”, la devoción y espiritualidad de los fieles, su amor sacrificial y su conducta cristiana, pero también en su espera de un mundo donde “ya no existirá la muerte, ni habrá luto, ni llanto, ni sufrimiento” (Ap. 21,4).
En y a través de la Resurrección, todo está en movimiento hacia la perfección en el Reino de Dios. Este impulso escatológico siempre ha proporcionado a los cristianos ortodoxos en el mundo un especial dinamismo y perspectiva. A pesar de las afirmaciones de lo contrario, como resultado de la orientación escatológica de su vida, la Iglesia nunca se comprometió con la presencia del mal en todas sus expresiones en el mundo. Tampoco negó la realidad del dolor y la muerte. Tampoco volvió a ignorar la vaguedad relativista de los asuntos humanos. Y finalmente, nunca consideró la lucha por un mundo más justo como algo ajeno a su misión.
Sin embargo, la Iglesia siempre supo que el dolor y la cruz no son la realidad última. La quintaesencia experiencial de la vida cristiana es la convicción de que, por la Cruz y por la “puerta estrecha”, somos conducidos a la Resurrección. Esta fe se refleja en el hecho de que el núcleo de la vida de la iglesia, la Divina Eucaristía, está esencialmente vinculada a la Resurrección de Cristo. En la tradición ortodoxa, como subraya el difunto metropolita Juan de Pérgamo, la Divina Eucaristía “está llena de alegría y de luz… porque no se basa en la Cruz y en una idealización de la pasión, sino en la Resurrección como trascendencia de la pasión de la Cruz”. La Sagrada Eucaristía nos transporta al Gólgota, no para que permanezcamos allí, sino para que seamos conducidos a través de la Cruz a la gloria siempre radiante del Reino de Dios. La fe ortodoxa es la superación de la salvación utópica “sin la Cruz” y del naufragio existencial de la Cruz “sin la Resurrección“.
Nuestra participación en la Resurrección de Cristo a través del sacramento de la Iglesia es, por un lado, una abolición tangible de toda utopía recalcitrante y del falso paraíso que promete la auto-indulgencia sin trabas, mientras que al mismo tiempo es una superación definitiva de la auto-esclavitud desesperada en supuesta negatividad insuperable, porque de la Cruz de Cristo nace la Resurrección, el “goce sin fin”, el “goce de la gloria eterna”. El aniquilamiento de la muerte por la Cruz y Resurrección de nuestro Salvador eleva nuestra vida a su esencia divino-humana y a su destino celestial.
En Cristo sabemos y experimentamos que la vida presente no es toda nuestra vida, que nuestra muerte biológica no constituye el fin, ni la aniquilación de nuestra existencia. Los límites biológicos de la vida no definen su verdad. Después de todo, la sensación de que la vida es un irreversible “viaje hacia la muerte” conduce a impasses existenciales, a la depresión y al nihilismo, a la indiferencia por lo que realmente importa en la vida. La ciencia y el progreso financiero o social son incapaces de ofrecer una solución o salida esencial. Los cristianos son “los que tienen esperanza” (1 Tes. 4,13), los que esperan la venida del Reino del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo como realidad final, como plenitud de vida y de conocimiento, como cumplimiento de la alegría, no sólo para las generaciones venideras, sino para toda la raza humana desde el principio hasta el fin de los tiempos.
Esta visión de la historia y la eternidad, la naturaleza resucitada de la fe, el ethos y la cultura ortodoxos, es decir, el hecho incuestionable de que el gran milagro de la Verdad solo se revela “a aquellos que veneran el misterio en la fe“, es lo que estamos llamados a presenciar hoy dentro de una civilización que rechaza lo Trascendente y en el contexto de múltiples reducciones de la identidad espiritual de la existencia humana.
Damos gloria en trova, himno y cántico espiritual al Señor que resucitó de entre los muertos y hace brillar la vida eterna sobre todos. Participamos con alegría en “la fiesta común a todos” y suplicamos al todopoderoso Creador y Redentor de todo, sabio y misericordioso, que traiga la paz al mundo y conceda todos Sus dones salvadores a la humanidad, para que Su nombre todo honorable y majestuoso sea glorificado y bendecido, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. ¡Amén!
En el Fanar, Santa Pascua 2023
+ B(artolomé) de Constantinopla
Ferviente suplicante de todos vosotros
al Señor Resucitado